
SANTO DOMINGO, República Dominicana. – En medio del cantar tradicional del gallo, símbolo rural por excelencia, existe una historia poco contada: la de los gallos criados en aislamiento absoluto… sin gallinas, sin competencia, y sin el más mínimo propósito reproductivo. ¿La razón? Convertirse en carne premium, una tendencia que viene ganando terreno dentro de la avicultura moderna y sostenible.
En estas granjas especializadas, los machos son separados desde muy temprana edad y llevados a sistemas de engorde donde el enfoque es claro: producir carne de mayor calidad. A diferencia de las gallinas ponedoras, ellos no tienen participación en el ciclo de reproducción. Su valor está en su carne magra, su textura firme y el sabor profundo que, según expertos, supera al del pollo convencional.
Estos gallos, que son criados entre 9 y 11 semanas, reciben dietas balanceadas, muchas veces libres de hormonas y antibióticos. En muchos casos se les da acceso a espacios abiertos o galpones bien controlados, donde se prioriza el bienestar animal y se minimiza el estrés, logrando así un crecimiento uniforme y natural.
¿Por qué sin gallinas?
Separarlos evita la competencia, peleas y jerarquías que suelen surgir en espacios mixtos. Esta crianza diferenciada reduce la agresividad, mejora el ambiente general de la granja y, por consecuencia, optimiza la calidad del producto final.
Este modelo, que parece curioso e incluso controversial, responde a un nuevo consumidor: uno que busca carne más saludable, más sabrosa y producida bajo prácticas éticas. Así, el gallo –más allá de su canto– se ha convertido en protagonista silencioso de una agroindustria que mira hacia el futuro sin dejar de lado sus raíces.